sábado, 28 de enero de 2012

Unos vienen y otros se van

Aquella fría tarde de marzo en la que todo acabó, Iván esperaba sentado en un banco cerca de la Puerta del Sol cuando Alba apareció al final de la calle. Él la miró mientras ella corría hacia él. Un montón de rebeldes mechones que habían escapado de su trenza revoloteaban alrededor de su cara mientras se acercaba. Estaba tan guapa. Bueno, no es que lo estuviera. Es que lo era. Iván suspiró.
Alba llegó ante él y sonrió. Él le devolvió una sonrisa con un ligero matiz tenso que la chica no percibió. Ella se inclinó y le dio un suave beso en los labios, y una vez más, él se preguntó por qué no era capaz de enamorarse de aquella chica.
-Ven, demos un paseo. –sugirió él mientras se levantaba.
-¡Claro! –aceptó ella alegremente, tomándole de la mano.
Hablaron de cosas insustanciales por un rato. Más bien, fue ella la que habló. Él simplemente la observó, como si estuviera dándose la última oportunidad para encontrar una razón que le hiciera darse cuenta de que la quería. Y es que aún albergaba esperanzas de encontrar un motivo para amarla en el filo de sus labios, o en el hoyuelo de sus mejillas, o tal vez en la cadencia de sus pasos apresurados. Pero no hubo suerte, y ya no había forma de que Iván pudiera alargar aquello por más tiempo.
-Alba. –murmuró de repente, cortando a la chica. –tengo que hablar contigo.
La preciosa sonrisa de la chica se borró de un plumazo mientras ambos se detenían en plena calle Arenal.
-¿Qué pasa?
-Yo… es que… -Iván buscó desesperado algo que decir, la frase perfecta que explicara aquello que le pasaba y que en realidad no tenía sentido. –Lo que quiero decir es que yo…
-¿Que no me quieres? –dijo ella de pronto, sorprendiéndolo. Iván alzó la vista y la miró con ojos como platos y una increíble expresión de desolación. -¿Es eso lo que quieres decir? ¿Que no estás enamorado de mí?
-Sí. –susurró él.
Cuando Alba alzó la vista, sus ojos brillaban, lloroso. Aquello descolocó a Iván completa y absolutamente.
-No llores. –suplicó.
-¿Por qué no?
-Porque… porque…no lo sé, Alba. ¡Dios, no lo sé! ¿Qué se supone que debo sentir cuando lloras? ¿Debo sentir cómo se me parte el alma? ¿Debo sentir que tu dolor es mi dolor? Maldita sea. ¿Sabes lo que me parte el alma mí? Lo que a mí me parte en dos, es verte llorar y no sentir nada.
Una vez más, ella solo guardó silencio, y él estuvo a punto de gritar de la frustración. En ese momento se odió más que nunca. Se odió por no poder forzarse a sentir dolor por aquella ruptura, por no sentir dolor al verla llorar. Pero es que simplemente no podía. Cuando la miraba solo podía pensar en lo guapa que era, lo mismo que podía pensar de cualquier otra chica. Su estómago nunca conoció a las famosas mariposas, y ningún escalofrío recorrió jamás su espina dorsal.
Se contemplaron en silencio durante unos instantes. Luego, ella alzó las manos con lentitud y se limpió los ojos.
-No lloraré si es lo que quieres. Hagamos esto fácil. Un corte limpio, sin sangre.
-Alba, lo siento. Te prometo que lo intenté, lo intenté con todas mis fuerzas. Pero no puedo enamorarme de ti. Juro que siempre quise que se me partiera el corazón al verte llorar, que se me acabara el aliento al ver tu sonrisa. Pero nunca pasó eso, nunca, y…
Ella sonrió con amargura.
-Sé que uno no puede elegir de quién se enamora. Es algo que simplemente sucede. Yo siempre supe que no me querías, ¿sabes? Pero tenía la esperanza de que tal vez, con el tiempo…
-Yo también, Alba, yo también. Pero no ha funcionado y no sabes cuánto me odio por haberte engañado.
-No te culpes. Entiendo lo que quieres decir con eso de que te parte el alma no sentir nada cuando lloro. A mí me pasaba lo mismo, pero un día, de repente, me importaba. Tú lo has intentado tanto como yo, pero no lo has conseguido. Así que simplemente dame un último beso en la mejilla y pídeme que no olvide los buenos recuerdos, y podrás seguir con tu vida, y yo con la mía. No tendrás que verme nunca más.
Iván sonrió, dividido entre el alivio y la ternura.
-Gracias por todo, Alba.
Ella sonrió enigmáticamente.
-Gracias a ti. –dijo, y tras un último y fugaz beso en la mejilla, se perdió entre la marea de gente que paseaba por el centro de Madrid aquella fría tarde de marzo.

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