lunes, 2 de enero de 2012

No cambiamos, aprendemos (III)


Al día siguiente, Edahi se acercó a mí durante el descanso con un par de cafés humeantes.
-¿Quieres? Me ha parecido que estabas un poco dormida.
-Sí, gracias. No he dormido muy bien. –comenté con una sonrisa mientras los dos nos sentábamos en la barra.
-¿Has tenido pesadillas?
-No, en absoluto. –“lo que pasa es que no podía dejar de pensar en ti, en cómo me sonreíste ayer, en tus dedos sobre mi mejilla…” –no que recuerde.
Después de trabajar, hice algo que no había hecho nunca antes: invité a Edahi a venir conmigo al bosque. Describir la cara que puso en ese momento habría sido imposible, por eso le hice una foto.
-¿Por qué decidiste venir aquí? –pregunté con curiosidad mientras sorteábamos los árboles.
-¿Qué quieres decir?
-¿Por qué, entre todos los lugares posibles, decidiste venir a esta ciudad de mierda?
-No es una mierda. –me contradijo. –A mí me gusta. Además, hay un bosque a menos de quince minutos en autobús, y la gente es muy agradable.
Le dirigí una mirada de escepticismo y continué caminando entre las ramas. Caminamos un rato en silencio hasta que él rompió en silencio. Edahi hacía a menudo cosas así: se quedaba callado y de repente te soltaba una pregunta de lo más profunda.
-¿Qué piensas hacer en el futuro? Quiero decir… ¿con qué sueñas en convertirte?
Sonreí.
-La verdad es que me da igual.
-¿No te gustaría ser fotógrafa profesional?
-No. Me encanta hacer fotos, pero no quiero que todo el mundo las vea. Las fotos que hago muestran mi forma particular de ver el mundo, y como tal, son algo personal. No creo que nadie pudiera entenderlo. Mucha gente diría: “¿y para qué hizo una foto de esto? Sólo es un tronco, solo es una hoja, solo es una rana.” Para mí, es más que eso. Pero nadie podría verlo.
-Yo lo veo. –me contradijo con suavidad. –Cuando veo tus fotos, las entiendo. Te entiendo.
Creo que eran cosas así las que hacían que me gustara tanto estar con él, y fueron esas mismas cosas las que hicieron que mis sentimientos empezaran a cambiar. Cuando me sonreía y se me quedaba mirando durante más de cinco minutos como si fuera lo más maravilloso del mundo, cuando sin venir a cuento me acariciaba la mejilla o me colocaba el pelo detrás de la oreja. Cuando hacía cosas así, pensaba: “realmente podría acostumbrarme a tener cerca a este chico”
Una calurosa tarde de julio llegamos a las orillas del río durante nuestro paseo matutino. Hacía tanto calor que el pelo se me pegaba a la cara y  el aire me oprimía el pecho, impidiéndome respirar. No lo pensé mucho. Me quité la cámara del cuello, solté la mochila, me quité las zapatillas y me lancé al agua. Cuando emergí entre el agua helada, estuve a punto de chocar contra Edahi, que se había metido justo detrás de mí. Conseguí reaccionar antes de chocar con él, quedando a menos de dos centímetros de su cara. ¿Y qué hizo él? Pues lo que hacía siempre: sonreír. ¿Y qué hizo después? Pues luego, como siempre, me acarició la mejilla. Lo que hizo a continuación no era algo que hiciera siempre, en realidad, era algo que nunca antes había hecho. Algo que me sorprendió enormemente. Algo que lo cambió todo. Porque Edahi tomó mi cara entre sus manos y me besó. Y yo le devolví el beso, hechizada por el contacto de sus labios sobre los míos. Decir que destilaba ternura en cada gesto sería quedarse corto. Lo que transmitía con cada caricia, con cada pequeño roce, era amor.
Cuando se separó de mí, se reía a carcajadas. Antes de que le preguntara qué le pasaba, me había cogido y me había sumergido bajo el agua, lanzando así una provocación difícil de pasar por alto. Cuando salí del agua, me subí a su espalda y conseguí hundirlo, mientras él seguía riendo a carcajadas. Tragó agua a montones, y cuando consiguió dejar de toser, me atrajo hacia él y me besó de nuevo.
Cuando salimos del agua, completamente empapados y con las ropas pegadas al cuerpo, nos dejamos caer sobre el suelo, abrazados. Edahi cogió mi mano y se dedicó a juguetear con mis dedos un rato.
-¿Alguna vez en la vida has pensado que tal vez tu media naranja podría estar en la otra punta del planeta?
Solté una carcajada, divertida por la ocurrencia.
-No, nunca lo había pensado. ¿Tú sí?
-Sí. Cuando vivía en Cuba lo pensé muchísimas veces. Solía pensar en cosas así mientras trabajaba la tierra, y créeme, eso era mucho tiempo pensando. Luego, cuando llegué aquí y te conocí, supe que tenía razón.
Sonreí, enternecida y cohibida al mismo tiempo por sus palabras, mientras sus manos se deslizaban sobre mi pelo mojado. Alargué el brazo y alcancé la cámara de fotos. Enfocándonos a nosotros, disparé por primera vez una foto en la que salía yo misma.

1 comentario:

  1. Ay me encanta me encantaaa! es muy tierno ese chico. ¿Quedan hombres así? Me encanta como escribir. Y la última parte me gustó mucho, cuando dice que por primera vez sacó una foto en donde aparecía ella misma. Bueno en fin, ésta historia es genial. Espero tu proxima publicación.

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