miércoles, 27 de junio de 2012

Imsomnio


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
-¿Era esto lo que querías? -preguntó en un agudo grito tembloroso. -¿Eh? ¿Era esto lo que querías?
Él le mantuvo la mirada, intentando con todas sus fuerzas mantener la compostura, intentando con todas sus fuerzas no desvanecerse allí mismo como un muñeco desmadejado, llorando como un niño de pecho. “Tienes que resistir”, se dijo. “Piensa que lo estás haciendo por ella”.
-¡Vamos, no te quedes callado! -ella volvió a la carga. -¡Contesta, joder! ¡Contesta!
Se mantuvieron la mirada. La de ella, llena de dolor y de rabia. La de él, rayana en la más absoluta inexpresividad.
-Sí. -dijo, con una voz tan fría que se asustó. -Sí, es esto lo que quiero.
Ella se quedó allí, quieta, petrificada, rota, deshecha, derrotada. Ella se quedó allí y le miró durante lo que parecieron horas.
Y él, él simplemente permaneció allí, parado, inexpresivo, inaccesible. Él simplemente permaneció allí observando como aquella chica que era su vida lloraba mirándole a los ojos con algo cercano al odio en la mirada.
La barrera infranqueable de sus corazones destrozados se alzaba entre ellos, haciéndose más y más grande, obligándoles a retroceder. Y sin darse cuenta, se fueron alejando. Sin darse cuenta, él dio un paso atrás, y luego otro, y otro más. Con cada paso, el olor de ella iba quedándose más y más atrás hasta desaparecer. Con cada paso, los recuerdos de los momentos vividos juntos dolían como puñales. Con cada paso, el sonido de los sollozos de ella habría brechas. Con cada paso, la muerte parecía ir adueñándose de sus entrañas.
Y de repente, sintió que si seguía así moriría allí mismo. Y de repente, sintió una necesidad tan fuerte de ir hasta ella y estrecharla entre sus brazos que le tembló el corazón. Pero no podía, ya no. Ya no podía acercarse, ya no podía volver a acariciar aquellos indomables cabellos, ya no podía volver a escuchar aquella risa que tan buena sintonía hacía con la suya propia, ya no podía acariciar aquella blanca piel, ya no podía besar aquellos hermosos labios, ya no podía dibujar en aquella misteriosa espalda. Ya no podía. Nunca más.
No lo soportó más.
Se dio la vuelta y echó a correr tan rápido como pudo, dejándose atrás, el alma, la calma y las ganas de vivir.
Y ella, tan bonita, tan perfecta, tan indefensa, se quedó allí, sin fuerzas para nada más. Sin fuerzas para llorar, ni siquiera para sostenerse.
El tiempo, ese elemento tan traicionero, tan preciso e impreciso al mismo tiempo, se apiadó de ella en aquella ocasión. Tras solo unos minutos, se armó de fuerzas para levantarse y caminar hasta su casa. Buscó en alguna que otra botella un poquito de apoyo incondicional, y se refugió en aquel rincón de su habitación en el que hicieron el amor la noche que Peter Pan decidió que era momento de abandonar el País de Nunca Jamás y convertirse en un adulto junto con Wendy. El Jack Daniels tenía una noche tonta y fue un poco traicionero, no siendo todo lo devastador que podía llegar a ser. Así que ella se quedó allí sentada, con la botella en la mano izquierda y un mechero sin gas en la derecha, uno de esos con dibujos de sevillanas que se compran en cualquier tienda de la Plaza Mayor.
El mechero se había quedado sin llama, igual que ella.

Irracional


Hoy he ido por Madrid recolectando todos aquellos trocitos de nosotros que nos fuimos dejando olvidados por ahí en estos últimos años. Me he encontrado tu sonrisa de los viernes detrás de una esquina de la calle Bailén, y el sonido ronco de tu voz mañanera en el cruce entre O’Donnel y Menéndez Pelayo. Aún huele a tus caramelos de café en el fotomatón de estación de metro de Alonso Martínez, y si buscas con empeño aun puedes encontrar el olor a nuestros besos de niños entre las páginas polvorientas de algún libro de la Biblioteca Nacional. Tus preguntas sin respuesta se han mezclado con las migajas que alimentan a las palomas de Plaza España, y las historias que acostumbrabas a contarme saltan sobre mí cada vez que pongo un pie en el autobús número 6, aquel que nos llevaba desde tu casa hasta Jacinto Benavente.  Los escalofríos que te recorrían cada vez que te rozaba el filo de la oreja izquierda están jugando al escondite con mis chicles de sandía en algún rincón del Retiro. Todos los “Te quiero” que nunca fui capaz de decirte aguardan tras una esquina de Fernando ‘El Católico’. El avión de papel que cubrimos de canciones está enredado entre las hojas de algún árbol de los Jardines de Sabatini. El dulzor de tus labios tras tus cafés vespertinos se ha refugiado en aquellas frases de “Casablanca” que tanto nos gustaba recitar en las noches de invierno. Las notas de aquel acorde que inventamos juntos han intentado colarse en alguna actuación del Circo Price, mientras que el sonido de nuestras voces cantando a los Beach Boys va de casting en casting a ver si saca un dinerillo extra. El billete de vuelta que no compraste se ha colado en mi capucha al pasar por delante de aquella tienda de fotografía que tanto nos gustaba frecuentar. El “asdfghjklñ” que tanto te gustaba incluir en tus mensajes cuando no sabías explicar lo que sentías se ha colado en una librería de Ramón y Cajal y está intentando hacer amigos nuevos, porque le hiciste mucho daño cuando lo dejaste ir. Yo, por mi parte, me he colado en cada garito, en cada pub, en cada tienda del centro de esta ciudad intentando encontrar el olor a té verde que desprendían tus mechones pelirrojos. En lugar de ello me he encontrado con un par de adivinanzas de esas que tanto te gustaban entre los labios de un cajero de la Fnac. Y con tu aliento en un sándwich del Rodilla. Y con el roce de tus dedos en alguna esquina de la plaza de la Independencia.
No te creas que todo esto te lo digo por algo, eh. Lo que no me he encontrado en ninguna esquina han sido las ganas de llorar. Y es que, aunque lo parezca, que quede claro que no te echo de menos.
Mis mentiras han salido una tras otra del buzón cuando he vuelto a casa. Las he recogido a toda prisa y las he metido dentro del cajón que te tengo reservado junto con el resto de trocitos. De ahí ya no se escaparán. De ahí ya no te escaparás.

domingo, 3 de junio de 2012

Como el aire que respiro



Las suposiciones siempre nos gustaron mucho a ti y a mí, un poquito más de la cuenta. Nos gustaba montarnos historias cuando el Jack Daniels dominaba nuestras mentes, tras haber dado un par de traguitos de más y habernos querido un poquito de menos. Tras un par de besos tontos y un viaje por tu espalda, empezaste el juego. Supusimos una noche en un restaurante caro, gastando un poquito más de dinero del que nos podíamos permitir, una vuelta en coche cantando las canciones más viejas de entre las viejas de los Rolling Stones, un frenazo tonto en el asfalto mojado y una carcajada histérica. Sin previo aviso, empezaríamos a gritar, echándonos en cara todas esas cosas que solo nosotros sabemos y que nunca debemos usar en nuestra contra, pero que sin embargo utilizamos siempre que nos enfadadmos un poquito más de lo normal. La cosa, como siempre, se nos iba un poquito de las manos, ya que puestos a suponer, ¿por qué no hacerlo a lo grande? Así pues, tras perder la cuenta de nuestros gritos, que se perdían entre las estrofas de Mick Jagger, yo me bajaría del coche llorando, tú bajarías también y correrías detrás de mí, nos besaríamos bajo la lluvia y…¡Joder!
Que te necesito conmigo.
Que, siendo del todo sinceros y sin suposiciones ni alcohol de por medio…tengo que reconocer que te quiero un poquito de más, y te lo demuestro un poquito de menos.

Malditas formas las tuyas

Siempre he sido ese tipo de persona a la que le gustan las cosas blancas o negras. O me lo dices todo de golpe, o no me dices nada. O la comida es muy dulce, o es muy salada. O me quieres, o no me quieres. O estás conmigo en todo momento, o desapareces por completo. Pero nada de irte dejando rastro a tus espaldas, negándome cualquier oportunidad de olvidarte.
Claro que tú nunca seguiste mis normas. Tú y tu maldita sonrisa diabólica siempre habéis ido por libre.
Tú y tu maldita forma de mirar.
Nunca voy a perdonarte por esto, ¿sabes? Nunca voy a perdonarte por marcharte dejando una caja de recuerdos bajo la cama, un par de álbumes de fotos sobre la mesa y un tocadiscos con la aguja mal templada tras de ti. Por dejar un par de jerséis de lana de los feos escondidos en la lavadora y una camiseta de esas que da vergüenza sacar a la calle y por eso se utiliza para dormir en el fondo del armario. Ah, y tu olor. Esa es la peor parte: nunca voy a perdonarte por dejar tu olor impregnado en cada recoveco de esta puñetera casa.
Tú y tu maldito aroma adictivo.
No puedo evitar dormir con la puñetera camiseta andrajosa todas las noches desde que te fuiste. ¿Por qué? Porque huele a ti. A ti y a aquella noche en la playa. A ti y a los besos. A ti y a las caricias. A ti, a ti, a ti. A ti y al momento en el que cruzamos la línea a partir de la cual todo va sin control y solo puede acabar mal. A ti y a las lágrimas saladas que tragué sin descanso después de saber que había perdido siete meses, cincuenta y ocho euros y todo mi orgullo en una relación falsa, en algo que no valía más que estas palabras que ahora te dedico. Huele a ti. Ojalá oliera a tus mentiras, así, sería fácil decir adiós.
Pero es que la camiseta parece que solo se acuerda de las cosas buenas.
Yo, por el contrario, las recuerdo todas; buenas y malas, de principio a fin.
Lo recuerdo todo, desde tú y tu maldita manía de presentarte a desconocidas en la playa, hasta tú y maldita forma de desaparecer.

Time back


No suelo pensar en ti, ni en los tiempos que pasábamos juntas. Normalmente no me paro a recordar las tardes de domingo en tu casa de jardín, escuchando Bob Marley y fumando porros, ni las noches de viernes hablando por teléfono hasta las tantas de la mañana. Tampoco suelo acordarme de los sábados encerradas en tu casa, revolviendo en el vestidor de tu madre y probándonos todo tipo de disfraces, ni de los veranos en mi casa de California. Ayer, sin embargo, me acordé de todo esto. También de las risas, el chocolate caliente y los churros y las vueltas por el centro comercial. Sí, ayer me acordé de ti. Ayer, cuando me crucé con “El Relojes”, que iba escuchando música con las manos en los bolsillos, sonreí para mis adentros. Fue como volver a tener quince años, volver a aquellos tiempos en los que matábamos los ratos muertos persiguiendo al Relojes por los pasillos del instituto, aquellos tiempos en los que hablábamos de él el 65% del tiempo aún sin saber nada más que su nombre. Fue como volver a ser tu amiga, tu mejor amiga.
Sí, ayer me crucé con el ex novio de mi ex mejor amiga.
Y no me saludó.

Blind

Recuerdo aquellos tiempos
en los que nuestras cabezas se encontraban
a medio metro del suelo
pero nuestros sueños volaban mucho mas allá.
Recuerdo aquellos tiempos
en los que me vendabas los ojos
y pasaba las horas tratando de alcanzarte,
ansiando sentir el roce de tu piel.
Recuerdo aquellos tiempos
en los que "tu" y "yo" eran igual a un "nosotros",
cuando no éramos una suma ocasional
sino algo indivisible.
Recuerdo aquel día en que, jugando por jugar,
me besaste con aquel aliento tuyo de limón y sal.
Hoy, sin embargo, me vendaste los ojos de nuevo
y te escapaste bailando con el viento.
Y yo, yo que te quise, yo que fui una parte del "nosotros",
yo que juré que siempre estaría contigo...
Yo no te supe encontrar.

Experimentos

Puede que fuera tu forma de mirar
-aquella que solo usabas los viernes a las cinco menos cuarto-
la que hacía que cambiara el color de mis mejillas.
Y es que cuando me mirabas de aquella manera tan intensa
algo hacía “crac” en mi interior.
Puede que fuera tu forma de decir todo lo que sentías
-o simplemente aquello que se te ocurriera sobre la marcha-
lo que conseguía dejarme siempre sin palabras.
Y es que cuando me decías que lo dejarías todo por mí
me daban ganas de gritar y correr y reír y bailar.
Puede que fuera tu forma de (no) besarme
-aquella que usabas los domingos cuando simplemente querías tenerme cerca-
la que me unía aún más a ti.
Y es que cuando simplemente me rodeabas con tus brazos
todo se sentía como estar en casa.
Puede que fuera tu manera de hacerme siempre feliz,
tu manera de necesitarme cerca.
O tal vez fuera tu manera de quererme.