Estuve a punto de conseguirlo, rocé el éxito con la punta de
los dedos. Estuve tan cerca. Ya me había olvidado del sonido de tu risa, del
frescor de tus besos mañaneros, de cómo se sentía tener tus dedos serpenteando
en el hueco de mi clavícula. Los recuerdos habían ido desapareciendo poco a
poco durante un largo y arduo invierno y una primavera gris.
Estuve a punto, sí. Un día me levanté y por fin tiré el jersey
que durante todo el invierno había evitado que tu olor desapareciera de entre las
sábanas. Lo quemé en el jardín junto con un par de fotografías que encontré
entre las recetas de cocina que tanto nos gustaba deshonrar las tardes tontas de otoño. Aquel era el último
paso, la última barrera. Estabas fuera de mi vida, definitivamente y para
siempre.
Y entonces, cuando tiré a la basura la última tarrina de
helado de chocolate, cuando por fin salí a la calle con esperanzas renovadas, alguien
pasó a mi lado con tu perfume.