domingo, 1 de enero de 2012

No cambiamos, aprendemos (II)


Edahi dejó a su familia en Cuba para venir en busca de trabajo y un mejor nivel de vida, y el destino, o la casualidad, quiso que lo encontrara en la misma cafetería en la que yo trabajaba desde hacía casi un año. En menos de dos semanas se había metido a todos nuestros compañeros y a los clientes en el bolsillo gracias a su deslumbrante sonrisa y a su adorable forma de ser. Yo apenas había cruzado un par de palabras con él, pero su forma de ser me fascinaba. Además era hermoso, hermoso de verdad. La semana que empezó a trabajar, pasé todos mis ratos libres observándolo. Su piel era de un color marrón canela precioso, y tenía unos grandes ojos color chocolate que refulgían cuando sonreía. Lo primero que me llamó la atención de él fue que me recordó a mí misma en su forma de mirar el mundo como si lo viera por primera vez. Aunque probablemente, en su caso era así. Porque era la primera vez que veía un paisaje urbanizado, con coches y fábricas, sin naturaleza por todas partes. Por eso no tardé en encontrármelo en el bosque. Supongo que aquello era lo más parecido a su hogar que había en aquella ciudad.
La primera vez que hablé con él fue en la cafetería. Cuando llegué por la mañana, él me saludó con su habitual y resplandeciente sonrisa. Le sonreí de vuelta, y me disponía a marcharme al vestuario para ponerme mi uniforme cuando él me detuvo.
-Nadia, espera. Ayer encontré esta foto. ¿Es tuya? –dijo con su adorable acento del sur.
Me la mostró, y a mí se me cayó el alma a los pies. Porque en la foto aparecía él, de perfil y con la mejor de sus sonrisas. Era un primer plano, y sus dientes casi resplandecían por su extrema blancura. Sus pestañas se recortaban contra el fondo, negras y larguísimas. La foto era preciosa, y yo estaba muy orgullosa de ella. La había hecho la semana pasada, durante uno de mis descansos. Se me debía haber caído del bolso.
Sé que debería haber reaccionado con rapidez, pero no estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones. Simplemente miré la foto fijamente durante lo que pareció una eternidad. Luego, alcé la mirada lentamente. Sus ojos marrones me sonreían con amabilidad.
-Ten. –dijo, tendiéndomela. –Tienes mucho talento, ¿sabes? En esa foto parezco un modelo de esos que salen en las revistas.
-Eso no es mérito mío. Podrías ser modelo. –afirmé. Me di cuenta de lo que había dicho cuando ya era demasiado tarde. Ya he comentado antes que no estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones. Avergonzada, cogí la foto y me marché al vestuario atropelladamente.
Cuando después de eso me lo encontré en el bosque, lo evité a toda costa. Estaba avergonzada, muy avergonzada. Pero por alguna razón, cuanto más lo evitaba, más me lo encontraba. Y él siempre llevaba esa estúpida sonrisa pintada en la cara. Y cuando me veía, su sonrisa parecía ensancharse más de lo que yo habría considerado posible.
La primavera dio paso al verano. Un caluroso día de mediados de junio yo paseaba por el bosque, cámara en mano, cuando lo vi en un claro. Traté de volverme antes de que se diera cuenta de  mi presencia, pero él ya me había visto y me llamaba para que me acercara.
Aún estaba a varios metros cuando me di cuenta de que algo no iba bien. Su imborrable sonrisa…se había borrado. Sus ojos brillaban, preocupados, y su boca formaba una mueca de disgusto. Sobre sus rodillas descansaba un pequeño conejo negro que parecía herido.
-Nadia. –saludó cuando me acerqué. –mira, acabo de encontrarlo. Lo ha atacado un lobo. Pobrecito, está sufriendo. Ayúdame. Por favor.
No sé qué fue. Puede que fuera el hecho de que la única vez que lo había visto preocupado desde que lo conocía hubiera sido por algo que no le afectaba en absoluto. Puede que fuera su manera de decirlo, como si realmente le fuera la vida en ello. Puede que fuera la pasión que rezumaba su voz cuando dijo “por favor”. El caso es que me descolgué la mochila y saqué un pequeño kid de pequeños auxilios que siempre llevaba conmigo para casos como aquel.
Un rato después el conejo descansaba, aliviado, sobre el regazo de Edahi mientras nosotros nos sentábamos a la sombra de un gran sauce.
-¿Cómo sabías lo que tenías que hacer para curarlo? –le pregunté mientras le daba un trago a la cantimplora.
-Estoy haciendo un curso de medicina y primeros auxilios. Algún día me gustaría ser médico. –contestó mientras acariciaba con ternura a la criatura. Distraídamente, agarré la cámara y le hice una foto.
-Qué bonita. –murmuré cuando la vi en la pantalla.
-Como tú. –susurró él. Alcé la cabeza. Edahi me miraba con intensidad. No sonreía, pero todo en él rezumaba ternura.
Aparté la mirada, cohibida. Permanecí callada y miré fijamente la pantalla de la cámara, pasando las fotos hacia atrás. Vi de reojo como Edahi sonreía y observaba las fotos por encima de mi hombro.
-Oye, qué bonita es esa. –dijo en cierto momento. Era una foto de Aurea. Su negra silueta se recortaba contra un cielo azul y pequeñas pinceladas de nubes.
-Gracias. –contesté. Incluso me permití una sonrisa.
-¿Quién es? –quiso saber.
-Es Aurea.
-No la he visto por aquí.
-No, solo viene algunos fines de semana. Está estudiando Bellas Artes en una ciudad cercana.
-Debes echarla mucho de menos.
No contesté inmediatamente. Levanté la vista. Edahi me observaba con los ojos entrecerrados.
-Claro. –dije al fin. No sé por qué dije eso. No era cierto, apenas pensaba en Aurea durante la semana. De hecho, últimamente, apenas pensaba en nada que no fuera él.
-¿Por qué no estudias Bellas Artes tú también? Tienes mucho futuro como fotógrafa.
-Porque no tengo dinero suficiente. Con el sueldo de la cafetería apenas llego a pagar todo lo necesario para vivir.
-¿Y tu familia?
-No tengo. Mi madre murió hace ya un par de años, y mi padre se largó cuando yo era una niña. Así que ya ves, no tengo más remedio que cuidarme yo sola.
-Te entiendo perfectamente.
Los ojos de Edahi reflejaban una compasión que no me gustó. No necesitaba su compasión, ni mucho menos su comprensión.
-Oye, ¿sabes qué? No necesito que me entiendas. De hecho, no creo que lo entiendas. Tú tienes una familia a la que sí echas de menos. Yo, sin embargo, no echo de menos a la mía. Estoy mejor sola.
Él me miró con desconcierto. Contuve las ganas de pegarle un guantazo y me levanté.
-Tengo que irme. Nos vemos mañana.
-Nadia, espera.
Pero no le hice caso. Me di la vuelta y eché a andar en dirección a casa. Oí cómo Edahi corría detrás de mí y me pregunté que habría hecho con el conejo.
-Nadia.
Finalmente, Edahi me alcanzó y me agarró del brazo, reteniéndome. Traté de soltarme, pero era más fuerte que yo. Dejé de forcejear y lo miré.
-¿Sí? –pregunté, haciendo acopio de paciencia.
-No te enfades, por favor. Yo… me siento muy solo aquí. Extraño a mi familia. Y tú te pareces tanto a mí…amas la naturaleza, el bosque, como yo. Yo solo pensé que podríamos ser amigos.
Lo miré a los ojos durante una eternidad.
-No entiendo por qué quieres que seamos amigos. Ya habrás oído lo que dicen de mí en la cafetería, sobre lo arisca y solitaria que soy. ¿Para qué ibas a querer tener a una persona así por amiga?
Edahi sonrió y, ante mi sorpresa, alzo la mano y me acarició la mejilla con ternura.
-Yo no creo que seas así. Lo que ocurre es que ellos no te entienden.
Me quedé petrificada mientras su mano acariciaba mi mejilla y las puntas de sus dedos esparcían una agradable sensación de frescor sobre mis sonrosadas mejillas.
Y de repente, se inclinó hacia mí y me dio un beso en la mejilla.
-Gracias por ayudarme con el conejo. –Dijo contra mi oído. Luego se alejó un poco, y tras dirigirme una última sonrisa, se marchó.
Me quedé ahí, mirando mientras se alejaba. Entonces, agarré la cámara que colgaba de mi cuello y le  hice una foto antes de que doblara la esquina.

1 comentario:

  1. Me volvió a encantar esta historia, desde la entrada anterior que me atrapo no voy a dejar de leerla! Y respondiendo la entrada anterior, de verdad que pensé que era tu propia historia, muy real escribir, eso me gusta! Fijate que a mi novio le vivo contando cosas que leo y le conté la entrada anterior como si de verdad te hubiese pasado, wow! que lindo. Felicitaciones y segui escribiendo que me encanta! Besotes y feliz comienzo de año.

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