Si tengo que decir
algo, diré que el agua y el aceite nunca se habían llevado tan bien.
Diré que tengo cicatrices del tamaño de sus mejores sonrisas de los
jueves por todo el cuerpo, y que la cobardía me invita a ahogar sus
carcajadas en alcohol cuando el tic tac del reloj es incapaz de
acallarlas. Diré que me quiso cuando quiso, que me odió cuanto pudo.
Ahora solo quedan lágrimas de esas que nos arrancábamos cuando nos
necesitábamos demasiado, y que si tengo que borrar algo que he hecho,
borro el día que la dejé entrar en mi cama.
Queda prohibido no crear tu propia historia
abandonarlo todo por miedo, no hacer realidad tus sueños.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Nueve
Suelo
decírtelo: “Si te vas, me quedaré sin nada. Me quedaré sin mí; y lo que es
peor, sin ti”.
Explosiones
en mi mente, alegrías en tu boca. Marzo, contigo.
¿Triste?
Aún nos queda para rato. Si me dejas robaré tus soledades y las lanzaré al mar
en botellas azules.
Si me
dejas robaré tu aroma y lo guardaré aquí, en mi caja de vicios.
Brindemos
por otro verano juntos, brindemos porque los océanos no nos separen.
Lluvia
en mis ojos, azúcar en tus pestañas. Enlaza mi destino al tuyo y no dejes que
se separen.
¿Tienes
frío? Yo compartiré mi calor, y mis labios. Y la ginebra.
Barcos
que zarpan sin mí, yo que me quedo en el muelle. Contigo.
Horizontes que se acercan, o se alejan, ¿qué
más da? Mientras caminemos juntos.
Alas de mariposa. Carcajadas. Chocolate
fundido, sobre tu pecho y dentro del mío.
Camisas que se atan al revés, pasiones que se
desatan con cafés. Mis miedos que se los lleva tu aliento, o tus abrazos, no lo
sé muy bien.
Velocidades de vértigo, lanzamientos sin
paracaídas. Estás tan dentro, tan dentro…
Déjame que te diga que mis secretos se los
llevaron tus pupilas.
Generaciones nuevas que nos sobrepasan. Y nosotros, que nos quedamos
atrás. Y nosotros, que nos retrasamos, ocupados en mirarnos, ocupados en
amarnos…
Enciende una vela por mí.
El fuego lo pongo yo.
"Se está un poco solo entre los hombres, también"
Amanecía en el Páramo aquel caluroso día de julio. El sol
iluminó las toneladas de basura que cubrían lo que en otros tiempos fue un
bonito prado verde. Absorbedor226 avanzó con sus pies metálicos entre latas y
cacerolas; hacia el sur, siempre hacia el sur.
Aquello era Arizona, Estados Unidos, año 3184. Aunque ya nadie contaba los años, porque ya no quedaba nadie.
Aquello era Arizona, Estados Unidos, año 3184. Aunque ya nadie contaba los años, porque ya no quedaba nadie.
Absorbedor226 era el encargado de peinar de lado a lado el
estado de Arizona. Su misión era encontrar y destruir todos aquellos objetos de
carácter personal que localizara entre los desperdicios. Fotos, cartas, cintas
de video, medallones. Los metía en un compartimento interno en el cual se
comprimían y almacenaban hasta su destrucción, que se llevaba a cabo una vez al
año en el Centro de Operaciones, que en épocas mejores se llamó Hollywood.
Aquel robot, y todos los demás Absorbedores, fueron creados
hacía más de cincuenta años con una misión muy concreta: acabar con las
emociones humanas. Ellos fueron una parte clave del holocausto de la humanidad:
la gente, una vez despojada de amor, alegría y fuerzas para luchar, sucumbía
con facilidad a la ola de enfermedades que la suciedad y las ratas habían
traído. Nadie ayudaba a nadie, porque a nadie le importaba. Y así, poco a poco,
todos los núcleos de población mundiales fueron sucumbiendo.
Absorbedor226 había despojado de emociones a tres mil
quinientas veintisiete personas desde su creación. Y todas esas emociones se
habían alojado en su interior y habían acabado por ocasionarle problemas. De
repente se descubría a sí mismo pensando en un tal John, o echando de menos a
una tal Chris. De repente le embargaba una tristeza infinita, o una energía
electrizante, o un sentimiento de desesperación sobrecogedor sin que él supiera
de dónde provenía. Era como si todas las personas a las que había arrebatado
sus sentimientos habitaran, de alguna forma, dentro de él. Tres mil quinientas
veintisiete personalidades distintas.
El tiempo pasaba, y con él iban disminuyendo el número de
sentimientos que golpeaban a Absorbedor226. Parecía ser que sus almas, o lo que
fuera que aún permanecía dentro del robot, morían de muerte natural cuando
llegaban a una elevada edad.
Hasta que al final, solo quedó Danny Livingstone.
Danny era solo un pequeño niño asustado cuando fue absorbido,
que acababa de vivir su cuarta primavera. Por eso fue el último superviviente.
El alma de Danny Livingstone tenía ya cincuenta y ocho años
cuando se quedó sola en aquel cuerpo metálico, y en seguida aprovechó la
oportunidad para ocuparlo a sus anchas. Poco a poco, cuerpo robótico y alma humana
se unieron intrínsecamente.
Se sentían solos. Aquella tierra de nadie les ahogaba y
oprimía. Constantemente les embargaban sentimientos de rabia, frustración y
añoranza.
Empezaron a buscar. Si a Absorbedor226 le había pasado eso,
¿por qué no al resto de Absorbedores? Avanzaron hacia el norte, hacia el estado
de Utah. Estaba lejos, muy lejos. Tras meses de búsqueda, Absorbedor135 les
salió al paso. En seguida se dieron cuenta de que aquel robot estaba muerto y
vacío. Decepcionados, siguieron hacia el norte. En Wyoming tampoco encontraron
a ningún robot con sentimientos, y lo mismo ocurrió en Idaho, Montana y Oregón.
Tras ocho años de búsqueda estaban igual que al principio,
pero Danny Livingstone era un hombre muy cabezón. Siguieron buscando hasta que
cierto día de otoño en una región de Alaska, el alma de Danny se consumió hasta
sus últimas cenizas. Absorbedor226 lo notó en seguida: el frío volvió. La
calidez de su pecho se esfumó, y volvió a quedarse solo y vacío.
Pero algo había cambiado. Danny se había ido, pero quizá no totalmente: ahora, Absorbedor226 tenía la capacidad de sentir, de tener emociones. Y esta vez, eran propios. Y no solo sentimientos: también pensamientos y reflexiones. Danny se había ido, pero le había dejado como regalo la posibilidad de construirse un alma nueva.
Pero algo había cambiado. Danny se había ido, pero quizá no totalmente: ahora, Absorbedor226 tenía la capacidad de sentir, de tener emociones. Y esta vez, eran propios. Y no solo sentimientos: también pensamientos y reflexiones. Danny se había ido, pero le había dejado como regalo la posibilidad de construirse un alma nueva.
Siguió viajando por todo el continente americano. Sus ruedas
pasaron por encima de hielo, arena y basura, de norte a sur, de este a oeste.
Pero no importaba: todos los lugares eran igual de inhóspitos.
Absorbedor226 se preguntó si estaba tan yermo por dentro
como la tierra que pisaba. La respuesta era, quizá, demasiado desalentadora
como para aceptarla.
Y siguió caminando.
Un alma solitaria entre los escombros de vidas pasadas.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Condenados
Tú y yo lo fuimos desde el principio.
Una puta causa perdida, de esas en las que te dejas la piel solo por el afán masoquista de perder hasta las ganas de seguir latiendo.
En mi caso, me dejé la piel, el orgullo, las sonrisas y un montón de dinero en tabaco y Ballantines que bien podría haber invertido en comprar un billete a la India y escapar de ti.
Excepto que no quería irme a ninguna parte.
Lo primero que pensé cuando te vi ahí plantada esperando al autobús en pleno enero, fue que la vida tenía que ser muy perra para que tú estuvieras ahí pasando frío con la de espacio que había en mi cama para ti.
Y luego vino todo lo demás. Tu nombre y el mío grabados en los lavabos del cine. Un par de tazas de café negro, como nuestro futuro. La marca de tus dedos en mi mejilla una media de dos veces por semana, cada vez que te decía lo plano que era tu pecho.
Porque nos gustaba demasiado hacernos daño, pero al mismo tiempo seríamos capaces de tirarlo todo solo por no hacernos sufrir.
Las causas perdidas es lo que tienen. Huelen a fracaso. Saben a derrota. Duelen con locura.
Una puta causa perdida, de esas en las que te dejas la piel solo por el afán masoquista de perder hasta las ganas de seguir latiendo.
En mi caso, me dejé la piel, el orgullo, las sonrisas y un montón de dinero en tabaco y Ballantines que bien podría haber invertido en comprar un billete a la India y escapar de ti.
Excepto que no quería irme a ninguna parte.
Lo primero que pensé cuando te vi ahí plantada esperando al autobús en pleno enero, fue que la vida tenía que ser muy perra para que tú estuvieras ahí pasando frío con la de espacio que había en mi cama para ti.
Y luego vino todo lo demás. Tu nombre y el mío grabados en los lavabos del cine. Un par de tazas de café negro, como nuestro futuro. La marca de tus dedos en mi mejilla una media de dos veces por semana, cada vez que te decía lo plano que era tu pecho.
Porque nos gustaba demasiado hacernos daño, pero al mismo tiempo seríamos capaces de tirarlo todo solo por no hacernos sufrir.
Las causas perdidas es lo que tienen. Huelen a fracaso. Saben a derrota. Duelen con locura.
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