domingo, 3 de junio de 2012

Malditas formas las tuyas

Siempre he sido ese tipo de persona a la que le gustan las cosas blancas o negras. O me lo dices todo de golpe, o no me dices nada. O la comida es muy dulce, o es muy salada. O me quieres, o no me quieres. O estás conmigo en todo momento, o desapareces por completo. Pero nada de irte dejando rastro a tus espaldas, negándome cualquier oportunidad de olvidarte.
Claro que tú nunca seguiste mis normas. Tú y tu maldita sonrisa diabólica siempre habéis ido por libre.
Tú y tu maldita forma de mirar.
Nunca voy a perdonarte por esto, ¿sabes? Nunca voy a perdonarte por marcharte dejando una caja de recuerdos bajo la cama, un par de álbumes de fotos sobre la mesa y un tocadiscos con la aguja mal templada tras de ti. Por dejar un par de jerséis de lana de los feos escondidos en la lavadora y una camiseta de esas que da vergüenza sacar a la calle y por eso se utiliza para dormir en el fondo del armario. Ah, y tu olor. Esa es la peor parte: nunca voy a perdonarte por dejar tu olor impregnado en cada recoveco de esta puñetera casa.
Tú y tu maldito aroma adictivo.
No puedo evitar dormir con la puñetera camiseta andrajosa todas las noches desde que te fuiste. ¿Por qué? Porque huele a ti. A ti y a aquella noche en la playa. A ti y a los besos. A ti y a las caricias. A ti, a ti, a ti. A ti y al momento en el que cruzamos la línea a partir de la cual todo va sin control y solo puede acabar mal. A ti y a las lágrimas saladas que tragué sin descanso después de saber que había perdido siete meses, cincuenta y ocho euros y todo mi orgullo en una relación falsa, en algo que no valía más que estas palabras que ahora te dedico. Huele a ti. Ojalá oliera a tus mentiras, así, sería fácil decir adiós.
Pero es que la camiseta parece que solo se acuerda de las cosas buenas.
Yo, por el contrario, las recuerdo todas; buenas y malas, de principio a fin.
Lo recuerdo todo, desde tú y tu maldita manía de presentarte a desconocidas en la playa, hasta tú y maldita forma de desaparecer.

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