miércoles, 27 de junio de 2012

Irracional


Hoy he ido por Madrid recolectando todos aquellos trocitos de nosotros que nos fuimos dejando olvidados por ahí en estos últimos años. Me he encontrado tu sonrisa de los viernes detrás de una esquina de la calle Bailén, y el sonido ronco de tu voz mañanera en el cruce entre O’Donnel y Menéndez Pelayo. Aún huele a tus caramelos de café en el fotomatón de estación de metro de Alonso Martínez, y si buscas con empeño aun puedes encontrar el olor a nuestros besos de niños entre las páginas polvorientas de algún libro de la Biblioteca Nacional. Tus preguntas sin respuesta se han mezclado con las migajas que alimentan a las palomas de Plaza España, y las historias que acostumbrabas a contarme saltan sobre mí cada vez que pongo un pie en el autobús número 6, aquel que nos llevaba desde tu casa hasta Jacinto Benavente.  Los escalofríos que te recorrían cada vez que te rozaba el filo de la oreja izquierda están jugando al escondite con mis chicles de sandía en algún rincón del Retiro. Todos los “Te quiero” que nunca fui capaz de decirte aguardan tras una esquina de Fernando ‘El Católico’. El avión de papel que cubrimos de canciones está enredado entre las hojas de algún árbol de los Jardines de Sabatini. El dulzor de tus labios tras tus cafés vespertinos se ha refugiado en aquellas frases de “Casablanca” que tanto nos gustaba recitar en las noches de invierno. Las notas de aquel acorde que inventamos juntos han intentado colarse en alguna actuación del Circo Price, mientras que el sonido de nuestras voces cantando a los Beach Boys va de casting en casting a ver si saca un dinerillo extra. El billete de vuelta que no compraste se ha colado en mi capucha al pasar por delante de aquella tienda de fotografía que tanto nos gustaba frecuentar. El “asdfghjklñ” que tanto te gustaba incluir en tus mensajes cuando no sabías explicar lo que sentías se ha colado en una librería de Ramón y Cajal y está intentando hacer amigos nuevos, porque le hiciste mucho daño cuando lo dejaste ir. Yo, por mi parte, me he colado en cada garito, en cada pub, en cada tienda del centro de esta ciudad intentando encontrar el olor a té verde que desprendían tus mechones pelirrojos. En lugar de ello me he encontrado con un par de adivinanzas de esas que tanto te gustaban entre los labios de un cajero de la Fnac. Y con tu aliento en un sándwich del Rodilla. Y con el roce de tus dedos en alguna esquina de la plaza de la Independencia.
No te creas que todo esto te lo digo por algo, eh. Lo que no me he encontrado en ninguna esquina han sido las ganas de llorar. Y es que, aunque lo parezca, que quede claro que no te echo de menos.
Mis mentiras han salido una tras otra del buzón cuando he vuelto a casa. Las he recogido a toda prisa y las he metido dentro del cajón que te tengo reservado junto con el resto de trocitos. De ahí ya no se escaparán. De ahí ya no te escaparás.

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