Fueron
un cúmulo de casualidades las que les unieron: un par de amigos comunes, una
despedida de soltero, dos o tres fiestas. Ella solía observarlo desde las
esquinas mientras daba sorbos desganados a un Gin Tonic que parecía no acabarse
nunca. Él solía evitar mirarla, porque cuando lo hacía ella esquivaba su mirada
y huía rápidamente al baño, desapareciendo durante el resto de la velada.
Ninguno de los dos recuerda cómo pasó, pero poco importa: un día, sin previo
aviso, ellos eran capaces de pasar noches enteras hablando sin que se agotaran
nunca los temas de conversación. Cada uno se sentaba frente a la pantalla de su
ordenador con un café bien cargado en la mesilla, dispuesto a pasar la noche
con su mayor confidente. Y es que si algo tienen los desconocidos, es que con
ellos puedes ser quien realmente eres, sin temor a la crítica o al rechazo. Así
que ella le contó cómo su padre la había maltratado durante años, lo mucho que
le costó huir de casa y el esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer para conseguir
dinero suficiente y poder matricularse en la universidad de Bellas Artes. Le
confesó su miedo a las alturas, su amor por la comida italiana y su sueño por
construir su propia casa junto al mar. Le contó cómo, cada noche, se despertaba
empapada en sudor frío y tardaba unos minutos en recordar que su padre ya no
podía hacerle daño, que había escapado de sus garras, de sus insultos. Él, por
su parte, le contó lo mucho que echaba de menos a su hermano pequeño, y cómo
añoraba el olor a mar de su pueblo natal. Le hablaba de lo mucho que le gustaba
pasear bajo la lluvia, y el tremendo miedo que tenía a no estar a la altura de
lo que los demás esperaban de él. Hablaban de libros, de música, de películas.
Se contaban secretos, sueños, historias. Recordaban el pasado, analizaban el
presente e imaginaban el futuro. Un futuro juntos, aunque ninguno lo expresaba
de esa manera; los dos pudieron leerlo entre los renglones. Se querían, aunque
tal vez no de esa manera. ¿Acaso
importaba? Sus amigos y el resto del mundo llamaban a su relación “rara”. Ellos
no la llamaban de ningún modo. Y es que lo bueno que tiene no saber cómo
clasificar algo, es que es imposible saber a dónde conduce.
Si te digo la verdad, se me ha puesto la piel de gallina. Asócialo a un escalofrío oportuno o a tu texto, el caso es que me ha llegado. Es precioso, y sinceramente, me ha recordado un montón a la pelicula de Tienes Un E-Mail pero mucho mejor todavía :)
ResponderEliminarhttp://imaginaydesea.blogspot.com
:) Qué puedo decir? que me ha encantado... y a parte que es una historia bonita aunque el pasado de ella sea tan duro y el tenga tantos miedos. Es bonito cuando dos personas diferentes por las razones que sea (un pasado, un complejo, un miedo, una meta...lo que sea) se encuentran y escriben su historia juntos.
ResponderEliminarUn beso. sigue escribiendo!