lunes, 13 de febrero de 2012

Weird, but not even worse than anything else


Llegó un momento en el que las líneas que separaban los conceptos de "hermano", "mejor amigo" y "alma gemela", ya de por sí difusas, desaparecieron definitivamente para fundirse en una sola persona: Dylan.
Dylan era todo cuanto necesitaba. Discutíamos como hermanos, confiábamos el uno en el otro como buenos amigos y nos compenetrábamos como almas gemelas. Era algo extraño, pero al mismo tiempo, era lo más natural del mundo. No recuerdo nada antes de Dylan. Mis primeros recuerdos son de nosotros dos, comiendo arena en el parque y dibujando arcoíris en el jardín de infancia. Más adelante vino lo del karaoke de los Beatles en mi casa, con eso de inventarnos las letras como buenos niños de ocho años. Claro que eso  fue antes de que a Dylan empezar a gustarle el rap, y ni que decir tiene que fue mucho antes de mi obsesión por Led Zeppelin. De hecho, una de nuestras mayores discusiones fue por este tema: Una tarde, cada uno estaba en su casa porque a Dylan lo habían condenado a "aislamiento completo" durante un par de semanas. Nuestra respectivas ventanas apenas distaban tres o cuatro metros (lo cual, dicho sea de paso, me ponía muy difícil mantener mi intimidad). Desde mi escritorio, podía ver a Dylan tirado en la cama mirando un punto en el techo, mientras "My name is", de Eminem, resonaba tan fuerte que apenas podía oír mis propios pensamientos, a pesar de la protección de las dos ventanas. Me asomé por la ventana y traté, obviamente en vano, de hacerme oír por encima de la música. Finalmente decidí llamarle al móvil, el cual descansaba a su lado en la cama. Lo observé mientras leía mi nombre en la pantalla y se incorporaba, girándose hacia mí con gesto interrogante. Gesticulé, pidiéndole que bajara la música. Él negó con la cabeza y yo insistí, pero la única respuesta que obtuve por su parte fue una  burlona sonrisa antes de que se tumbara de nuevo, ignorándome. Aquello me cabreó sobremanera. Me dirigí hacia mi equipo de música y puse "Inmigrant song"a todo volumen.
Dylan se incorporó bruscamente, mirándome con una seriedad inusual en él. Pero es que Dylan nunca bromeaba con Eminem, cosa que yo no soportaba: bromeaba con todo, incluso con cosas que eran importantes para  mí. Pero jamás dijo ni una sola palabra en contra de ese rapero. Se levantó y caminó a grandes zancadas hasta su reproductor, elevando el volumen mientras me miraba desafiante. Aceptando el reto, subí el volumen. Él subió aún más el suyo, y yo aún más el mío. Los decibelios taladraban nuestros oídos, y seguramente los de todas las personas que se encontraran en unos cinco kilómetros a la redonda. Pero Dylan no estaba dispuesto a rendirse, y yo tampoco. Seguimos aumentando el volumen hasta que, de repente, la canción de Eminem terminó, dejando los acordes finales de Inmigrant Song resonando en el ambiente. Los dos nos quedamos inmóviles, mirándonos. Luego sonreí, triunfante, y él me hizo un gesto obsceno al que yo ni siquiera respondí. Fue entonces cuando mi madre subió, echa una furia. Lo que no me explico es cómo no subió antes. Apagó el equipo, y tras un par de gritos y amenazas se marchó. Me giré hacia Dylan, que me observaba con los brazos cruzados frente a su ventana abierta, y me dirigí a zancadas hasta mi ventana.
-¿Cuántas veces tengo que decirte que no soporto que pongas a ese rapero de pacotilla a todo volumen, y menos cuando estoy estudiando?-le grité cuando abrí la ventana.
-¿Y cuántas veces te he dicho yo a ti que si te metes con Eminem no respondo de mis actos? -respondió.
-Me meto con él todo lo que quiero. -contesté con chulería. -Y más aún cuando por su culpa no puedo estudiar.
A partir de ese momento, ambos perdimos los papeles. Empezamos a gritar a grito pelado de ventana a ventana, al borde de la histeria.
-¡Lo que no entiendo es por qué coño sigo aguantándote después de tantos años! -bramé al cabo de un rato mientas agarraba lo primero que pillaba, que resultó ser un sacapuntas, y se lo arrojaba, fuera de control. Por supuesto no le dio, sino que se estampó contra su fachada y cayó al jardín.
-¿Pero qué haces? Ann, estás completamente loca. -gritó, alzando los brazos. Sin mirar siquiera, me lanzó el primer objeto que pilló: Una lámpara, la cual armó un gran estrépito al estrellarse contra el muro. Agarré entonces un peluche y se lo tiré. Le alcanzó, pero él detuvo su trayectoria con facilidad.
-Vaya, Ann, me has tirado al Señor Poncho. ¿Eres consciente de lo que acabas de hacer? -sonriendo diabólicamente, hizo ademán de arrancarle un brazo al osito.
-¡No te atreverás, pedazo de gilipollas!
-¡Vaya, Ann, parece que no me conoces, después de todos los años que llevas "aguantándome"! ¡Claro que lo haré!
-¡No, no, maldita sea! -grité, fuera de mí. El Señor Poncho era mi primer y único amigo antes de conocer a Dylan. -¡No te atrevas!
-¿SE PUEDE SABER QUE OS PASA? -los dos nos quedamos helados y bajamos la vista. Mi madre nos miraba desde el jardín, junto a los restos de la lámpara. -¿OS HABÉIS VUELTO LOCOS, O QUÉ? -Los tres nos miramos en silencio durante un par de segundos, inmóviles. -Cerrad las ventanas y cada uno a lo suyo. Como oiga un solo ruido más, juro que os dejo sin salir hasta el día de vuestra graduación. Sí, Dylan, a ti también. Y yo que tú me lo pensaría bien, ya que ni siquiera tienes pensado graduarte, antes de hacer otra tontería. Métete en tu cuarto y ponte a estudiar,  o al menos no molestes. Y Ann, no quiero verte ni oírte hasta mañana.
Sin añadir nada más, desapareció en el interior de la casa.
Cerré la ventana y me senté en mi escritorio, aún furiosa, pero con más miedo por las represalias de mi madre que ganas por continuar la guerra. Así que, en un ataque infantil, zanjé el asunto cogiendo una hoja de mi cuaderno y escribiendo bien grande "Gilipollas", para que Dylan tuviera bien claro que esta vez no lo perdonaría tan fácilmente. Luego volví a la genética, dispuesta a ignorarlo durante todo el resto de la tarde.
Aunque cuando un par de horas después, cuando levanté la vista y vi en su ventana un cartel con grandes letras que decían "Lo siento", no tuve más remedio que admitir que, una vez más, había vuelto a ganarme.




No hay comentarios:

Publicar un comentario