-Dylan,
¿quieres mover el culo? Vamos a llegar tarde al examen y la señorita Smith nos
va a asesinar.
Dylan,
sin embargo, no se movió. Siguió apoyado contra la columna, liándose un porro
con total tranquilidad.
-Espera.
–murmuró, muy concentrado en el hachís.
-Ni de
coña. –lo contradije, arrebatándole el canuto de un manotazo. –no vas a ir a
clase colocado, y menos cuando sabes que tenemos un examen en menos de quince
minutos.
-¿Por
qué no? Lo voy a suspender igualmente. Y si voy colocado, al menos puede que me
empiece a reír en medio del examen y libere las tensiones de los compañeros, lo
cual les ayudará a aprobar. ¿Te das cuenta? En el fondo es todo por una buena
causa. Así que venga, devuélvemelo. –añadió, extendiendo la mano.
-¿Para
qué te molestas? Sabes que no te lo voy a devolver.
Él se
encogió de hombros con resignación.
-Había
que intentarlo. ¡Y ahora muévete, si tantas ganas tienes de llegar!
Asentí
con la cabeza, y cogiéndolo de la mano, eché a correr.
-Si
apruebo el examen, ¿me devolverás el porro? –gritó por encima del tráfico.
-No vas
a aprobar.
-No
estés tan segura de eso. –me contradijo con una sonrisa confiada.
Quince
minutos después llegábamos sin aliento al instituto.
-Mierda,
mierda, mierda. –farfullé, mirando el gigantesco reloj del edificio principal.
–Llegamos cinco minutos tarde. –Desesperada, busqué una buena excusa para
nuestra tardanza mientras Dylan soltaba una carcajada.
-Entonces
puedes devolverme el canuto, ¿no? Ya no llegamos; déjame disfrutar de él en
paz.
Me giré
bruscamente hacia él y lo fulminé con la mirada.
-Cállate.
Intento pensar.
Dylan
alzó un poco la vista, observando algo por encima de mi frente.
-Ah,
eso explica el humo que sale de tu cabeza. –el sarcasmo teñía su voz mientras
se aguantaba la risa ante su propio chiste. Le lancé una mirada asesina a la
que él respondió con una divertida sonrisa. –Cálmate, Ann. Yo me encargaré. La
señorita Smith no tendrá más remedio que dejarte entrar. –afirmó mientras me
arrastraba escaleras arriba.
Cuando
Dylan abrió la puerta y la señorita Smith se giró bruscamente para examinarnos
con su mirada de buitre, estuve segura de que, fuera cual fuera el plan de mi
amigo, no iba a funcionar. Sin embargo, él no se dejó amedrentar por la mirada
de nuestra tutora y le sonrió con
inocencia, acercándose para murmurarle en tono confidencial.
-Disculpe,
señorita. Es que Ann hoy está en uno de esos días…ya sabe, estoy segura de que
usted la comprende. –intenté mantener la boca cerrada, pero fue difícil.
Aquella señora parecía un dinosaurio, se sabía que era menopáusica perdida a
más de diez kilómetros a la redonda.
-¿Puede
ser un poco más concreto, señor Lemacks? –replicó ella mientras ponía los
brazos en jarras.
-Claro
que sí, señorita. –contestó con afabilidad. –Le cuento: resulta que esta mañana,
cuando Ann salió corriendo de su casa y se juntó conmigo para venir (no sé si
sabrá usted que somos vecinos) se encontraba terriblemente mal. No le había
dado tiempo a desayunar siquiera, aparte de que estaba muy nerviosa por su
examen. Ella quería venir directamente pero yo no podía permitírselo, porque
como usted nos ha dicho tantas veces, no se puede rendir bien sin desayunar, y
mucho menos si hay exámenes. Además quería que se tomara algún analgésico, así
que la obligué a parar en una farmacia y en una cafetería. Pero claro, en la
farmacia había mucha cola y además la señorita que nos atendió estaba un poco
dormida y trató de vendernos preservativos y claro, yo le dije que…
-Está
bien, señor Lemacks, es suficiente. –le cortó ella con rapidez. Luego se giró
hacia mí. -¿Se encuentra mejor entonces, señorita Wright? ¿Cree que podrá
realizar el examen?
-Sí,
señorita. –murmuré con aprensión.
-Está
bien. Pues siéntese y dese prisa, que ya hace más de diez minutos que le
repartí el test al resto de sus compañeros. –me dio la impresión de que solo
nos permitía hacer el examen con tal de librarse de escuchar nuestras aventuras
con la farmacéutica y los preservativos, pero, ¿acaso importaba la razón?
Le
lancé a Dylan una sonrisa agradecida y él me sonrió con prepotencia.
-Con
esto me he ganado el porro, ¿eh? –susurró mientras nos alejábamos hacia
nuestros sitios.
-Con
esto te has ganado una cena y un mes de deberes. –musité en respuesta mientras
el apretaba la mano con cariño. Ya eran más de dieciséis años puerta con
puerta, y aunque éramos como el agua y el aceite, Dylan seguía siendo mi mejor
amigo de la misma forma en la que lo era aquel niño mocoso que me metía arena
dentro de los pantalones.
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