Ella
era, quizás, el espíritu más inquieto
que él había conocido jamás, con todos aquellos cambios de opinión y
todas esas idas y venidas. Lo que más le gustaba de ella era su arte, sus manos
siempre llenas de pintura, su pelo sujeto con un par de pinceles, su vieja
mochila que desprendía un permanente olor a aguarrás y sus Converse, en otros
tiempos blancas, ahora lucían una extraña pero exótica y llamativa mezcla de
colores. Le gustaba mirarla mientras ella solo tenía ojos para algo más, ya
fuera el cielo, un coche o una anciana. Le gustaba como sus ojos viajaban
inquietos de un lugar a otro, siempre insaciables, en busca de algo nuevo, de algo
que tuviera algo que decir, de algo que mereciera ser captado. Le gustaba como
no le importaba en absoluto que sus manos fueran ásperas y rugosas, y cómo
hacía tiempo que había desistido de tenerlas completamente limpias. Le gustaba
como parecía no necesitar a nadie para ser feliz, pero al mismo tiempo jamás
rechazaba ninguna compañía. Le gustaba cómo parecía estar siempre en otro
lugar, inaccesible para personas como él. Le gustaba su capacidad para mirarlo
todo como si fuera la primera vez. Cada vez que lo miraba, él sentía que ella
lo estaba descubriendo de nuevo. Era como una turista en su propia vida,
siempre maravillada con las cosas cotidianas en las que los demás ni siquiera
reparaban. Derrochaba creatividad por cada poro de su cuerpo, a su lado se
respiraban ideas.
Ella
era…ella era arte. En sí misma. Y desgraciadamente para él aunque el arte puede
ser la vida de una persona, en ningún caso una persona puede ser la vida del
arte.
Que bonita entrada :3
ResponderEliminarMe gusta mucho tu blog, te sigo!
Un abrazo :D