Amanecía en el Páramo aquel caluroso día de julio. El sol
iluminó las toneladas de basura que cubrían lo que en otros tiempos fue un
bonito prado verde. Absorbedor226 avanzó con sus pies metálicos entre latas y
cacerolas; hacia el sur, siempre hacia el sur.
Aquello era Arizona, Estados Unidos, año 3184. Aunque ya nadie contaba los años, porque ya no quedaba nadie.
Aquello era Arizona, Estados Unidos, año 3184. Aunque ya nadie contaba los años, porque ya no quedaba nadie.
Absorbedor226 era el encargado de peinar de lado a lado el
estado de Arizona. Su misión era encontrar y destruir todos aquellos objetos de
carácter personal que localizara entre los desperdicios. Fotos, cartas, cintas
de video, medallones. Los metía en un compartimento interno en el cual se
comprimían y almacenaban hasta su destrucción, que se llevaba a cabo una vez al
año en el Centro de Operaciones, que en épocas mejores se llamó Hollywood.
Aquel robot, y todos los demás Absorbedores, fueron creados
hacía más de cincuenta años con una misión muy concreta: acabar con las
emociones humanas. Ellos fueron una parte clave del holocausto de la humanidad:
la gente, una vez despojada de amor, alegría y fuerzas para luchar, sucumbía
con facilidad a la ola de enfermedades que la suciedad y las ratas habían
traído. Nadie ayudaba a nadie, porque a nadie le importaba. Y así, poco a poco,
todos los núcleos de población mundiales fueron sucumbiendo.
Absorbedor226 había despojado de emociones a tres mil
quinientas veintisiete personas desde su creación. Y todas esas emociones se
habían alojado en su interior y habían acabado por ocasionarle problemas. De
repente se descubría a sí mismo pensando en un tal John, o echando de menos a
una tal Chris. De repente le embargaba una tristeza infinita, o una energía
electrizante, o un sentimiento de desesperación sobrecogedor sin que él supiera
de dónde provenía. Era como si todas las personas a las que había arrebatado
sus sentimientos habitaran, de alguna forma, dentro de él. Tres mil quinientas
veintisiete personalidades distintas.
El tiempo pasaba, y con él iban disminuyendo el número de
sentimientos que golpeaban a Absorbedor226. Parecía ser que sus almas, o lo que
fuera que aún permanecía dentro del robot, morían de muerte natural cuando
llegaban a una elevada edad.
Hasta que al final, solo quedó Danny Livingstone.
Danny era solo un pequeño niño asustado cuando fue absorbido,
que acababa de vivir su cuarta primavera. Por eso fue el último superviviente.
El alma de Danny Livingstone tenía ya cincuenta y ocho años
cuando se quedó sola en aquel cuerpo metálico, y en seguida aprovechó la
oportunidad para ocuparlo a sus anchas. Poco a poco, cuerpo robótico y alma humana
se unieron intrínsecamente.
Se sentían solos. Aquella tierra de nadie les ahogaba y
oprimía. Constantemente les embargaban sentimientos de rabia, frustración y
añoranza.
Empezaron a buscar. Si a Absorbedor226 le había pasado eso,
¿por qué no al resto de Absorbedores? Avanzaron hacia el norte, hacia el estado
de Utah. Estaba lejos, muy lejos. Tras meses de búsqueda, Absorbedor135 les
salió al paso. En seguida se dieron cuenta de que aquel robot estaba muerto y
vacío. Decepcionados, siguieron hacia el norte. En Wyoming tampoco encontraron
a ningún robot con sentimientos, y lo mismo ocurrió en Idaho, Montana y Oregón.
Tras ocho años de búsqueda estaban igual que al principio,
pero Danny Livingstone era un hombre muy cabezón. Siguieron buscando hasta que
cierto día de otoño en una región de Alaska, el alma de Danny se consumió hasta
sus últimas cenizas. Absorbedor226 lo notó en seguida: el frío volvió. La
calidez de su pecho se esfumó, y volvió a quedarse solo y vacío.
Pero algo había cambiado. Danny se había ido, pero quizá no totalmente: ahora, Absorbedor226 tenía la capacidad de sentir, de tener emociones. Y esta vez, eran propios. Y no solo sentimientos: también pensamientos y reflexiones. Danny se había ido, pero le había dejado como regalo la posibilidad de construirse un alma nueva.
Pero algo había cambiado. Danny se había ido, pero quizá no totalmente: ahora, Absorbedor226 tenía la capacidad de sentir, de tener emociones. Y esta vez, eran propios. Y no solo sentimientos: también pensamientos y reflexiones. Danny se había ido, pero le había dejado como regalo la posibilidad de construirse un alma nueva.
Siguió viajando por todo el continente americano. Sus ruedas
pasaron por encima de hielo, arena y basura, de norte a sur, de este a oeste.
Pero no importaba: todos los lugares eran igual de inhóspitos.
Absorbedor226 se preguntó si estaba tan yermo por dentro
como la tierra que pisaba. La respuesta era, quizá, demasiado desalentadora
como para aceptarla.
Y siguió caminando.
Un alma solitaria entre los escombros de vidas pasadas.
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