lunes, 14 de noviembre de 2011

Memories


Caminé con decisión por la arena hasta llegar a la orilla. Me senté un poco más lejos, evitando  así que el agua me mojara los pies. Coloqué el libro sobre mis rodillas con cuidado y observé la desgastada tapa, las filigranas doradas que rodeaban el marco, los dibujos que contaban historias, que mostraban secretos, que susurraban palabras. Las letras que se entrelazaban y formaban el título del libro: “Veinte poemas y una canción desesperada”. Las acaricié con la yema de los dedos, con cuidado, con cariño, con ternura. Después, abrí el libro por la primera página. Aquellos poemas estaban escritos sólo para mí, de su puño y letra. Ahí estaban, con su estilizada caligrafía, para que yo los llevara siempre conmigo. Empecé a leer, y ya no me detuve hasta el final. Con cada verso, una lágrima, una sonrisa, un suspiro. Cada palabra desprendía su olor, solo el de él y el de nadie más. Su esencia estaba atrapada entre las páginas, y yo me alimentaba desesperadamente de ella. Uno tras otro fueron sucediéndose todos los poemas, y con ellos vinieron a mi mente todo tipo de recuerdos  y momentos. Aquellas vacaciones solos los dos, nuestros fines de semana en la caseta de la montaña, nuestras tardes en la playa contemplando el atardecer, nuestras conversaciones bajo las estrellas. Los recuerdos se escondían tras las estrofas, esperando a que yo los descubriera. Y yo los fui encontrando, uno por uno, y los acogí entre mis brazos con dulzura, como si fuéramos viejos amigos.
No sé cuánto tiempo estuve allí, leyendo. Cuando llegué al final, empecé de nuevo por el principio.  Al llegar a mi poema favorito, las lágrimas me impedían ver las letras. Aparté el libro un momento y alcé la mirada. El sol se estaba poniendo. Hacía ya cien días que contemplaba el atardecer sola. Él se había ido. “Estaré aquí de nuevo para pasar nuestro día juntos” había dicho. Pero no lo había hecho. Él no estaba allí conmigo aquel día, aquel que era tan especial para nosotros. No estaba. Había roto su promesa.
Dejé el libro sobre la arena y me levanté. El viento me alborotó los cabellos y sacudió las páginas del libro con violencia. Una hoja salió volando en aquel momento. Y después otra, y otra. Aterrada, eché a correr tras ellas. Las hojas se separaban del libro, una tras otra. El viento se las llevaba, volando, flotando, lejos. La arena de la playa las acompañaba, mientras yo corría detrás de mis poemas.

3 comentarios:

  1. Lalalalalalala(8) Señorita, sepa usted que me gusta su blog azul! x) Me siento afortunada de ser la primera en comentar esta pedazo de entrada ;) y espero que tu pasión bloguera perdure en el tiempo! :D Y ahora, chica Acuario, te dejo volando con las alas que tú misma te construyes con cada letra :) Un beso y buena suerte!:D

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  2. Señorita Sara, sepa usted que tenía derecho legítimo de antemano a comentar esta historia la primera, dado que fue gracias a usted que fue escrita!
    Te ha quedado muy bonita esa comparación! Muuuuchas gracias por los ánimos, que por cierto espero sigan ayudándome mucho más tiempo :)

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  3. Muchísimas gracias, Señorita Azul, me honra con sus palabras! x)
    Para la comparación me inspiró el fondo de tu blog y la pura realidad: tú solita estás construyendo las alas de papel que te llevarán a ser escritora :) Las demás y yo solo te hemos dado pegamento y tinta, el resto es tuyo ;)
    PD: El que te ayuden o no, no puedo predecirlo, el que los tengas, sí. Y los tendrás, créeme!^^

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